lunes, 9 de noviembre de 2015

EL PINTOR DE LOS BURDELES: TOULOUSE LAUTREC

A los primeros apuntes artísticos equinos de Henri de Toulouse Lautrec le siguieron colaboraciones humorísticas en las revistas L’Escaramouche, Le Mirliton y Revue Blanche. Había bebido de los consejos de los profesores Bonnat y Cormon y montado ya su propio estudio en el corazón de Montmartre. Su producción superó todo calculo. Original, realista y lírica, le apuntó como uno de los pioneros expresionistas y lo convirtió en casi una leyenda. Como todo talento vertiginoso, no fue comprendido en el tiempo que le tocó vivir. Desvalorizadas y subestimadas, sus litografías, sus carteles y sus acuarelas tuvieron que hibernar durante años hasta que, en 1914, con una muestra en París, se produjo una justa reivindicación de triunfador. Henri de Toulouse Lautrec vivió rápido, a tragos largos. A merced de su adicción al alcohol y tras un sinfín de visitas a diversas clínicas a causa de su sífilis y de varios episodios de neurosis y algún intento de suicio, Henri de Tolouse Lautrec murió a los 36 años tras sufrir una parálisis.
Para Henri de Toulouse Lautrec la fama no fue suficiente aliento para superar sus crisis. La vida de este artista, marcada por la tragedia, se truncó demasiado prontol. Sus adicciones y su enfermedad le condujeron por un camino de continua oscuridad. Sus manías y los repetidos episodios depresivos le acompañaron durante buena parte de su corta existencia. Entre la historia de Henri de Toulouse Lautrec hay escritos algunos capítulos negros. Sirva como ejemplo el extraño suceso que el artista vivió en 1897, cuando se ensañó, revolver en mano, con las paredes de su propia casa, en un intento de acabar con unas arañas que no eran más que un fruto de su propia imaginación. Su inmediato ingreso en un hospital psiquiátrico, del que salió pocos años después, no fue suficiente antídoto contra el funesto final. Ya que pocos años después moría en casa de su madre, la condesa Adèle de Toulouse-Lautrec, donde por fin consiguió poner punto y final, de la peor de las formas, a sus propios demonios. En 1952, John Huston contó su historia en la película Moulin Rouge

Miss Dolly


Cartel de Moulin Rouge


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